30 de octubre de 2012

GALERÍA MOLL - SELECCIÓN DE PINTURAS 2012

La acreditada galería miraflorina, Galería de Arte Moll, viene presentando hasta el 30 de noviembre de 2012, una selección de pintura con artistas peruanos del más alta nivel. Están representadas distintas técnicas como el óleo, la acuarela y la serigrafía. Hay cuadros realistas, abstractos y surrealistas. Es una muestra digna de ser visitada.

Entre los maestros más destacados están Fernando de Szyszlo, Carlos Revilla, José Sabogal, Teodoro Núñez Ureta, Venancio Shinki, Luis Palao Berastain y G. Chávez Arroyo y cuyas imágenes reproducimos a continuación.

La muestra va de L -S de 11 a.m. a 2p.m. y de 3p.m. a 8 p.m. Av. Larco 1150, Miraflores

No se la pierda.

Fernando de Szyszlo (1925)





Carlos Revilla (1940)

                                                    

José Sabogal (1888-1956)
                                                                                   

Teodoro Núñez Ureta (1912 - 1988)

Venancio Shinki (1932)



                                                                                                                                        

14 de octubre de 2012

CON ANTONIO CISNEROS EN EL ASCENSOR



Antonio Cisneros (1943 - 2012)

No recuerdo si lo que les voy a relatar ocurrió hace uno, dos o tres años. Sin embargo, sí recuerdo que ocurrió en el ascensor de la Clínica Americana, en Miraflores.

El hecho es que cierta tarde, luego de ser atendido por mi otorrino, procedí a la zona de ascensores, con el propósito de alcanzar la calle y regresar a casa. Después de una larga espera, propia de los ascensores de todas las clínicas del mundo, la puerta se abrió. Para mi sorpresa no había nadie. Estaba a mi entera disposición. Recuerdo haber implorado en silencio que el ascensor llegara a la planta baja sin interrupciones. En verdad, los ascensores caleteros me enervan.

Mi alegría duró tan solo el trascurso de dos pisos. Y en vez que ingresara la temida estampida de personas sólo entró un individuo. Era un hombre alto, elegante y de cabello entrecano. De pronto y sólo por un instante nuestras miradas se cruzaron. Un respingo sacudió a ambos. 

Al momento reconocí a mi compañero de viaje. Era Antonio Cisneros, “Toño” para sus amigos. Era el poeta. Pero, ¿qué hacía Antonio Cisneros en la clínica? ¿Habrá ido a ver a un otorrino? No, imposible. En su piso no hay otorrinos. Mientras ambos teníamos clavada la vista en el panel superior que indica el avance del elevador, cuidando de no mirarnos a los ojos, me acordé que Cisneros sufría de diabetes. ¡Ah, ya!, exclamé en silencio, ha venido a chequearse. De pronto el ascensor volvió a abrirse. Era el piso siguiente. No había nadie. De súbito se me ocurrió que algún niño travieso había marcado el botón y sin duda tendríamos que parar en cada uno de los pisos restantes. Respiré profundo. No quedaba más que resignarse.

Nuevamente nuestros ojos volvieron a cruzarse pero, como la vez pasada, ninguno pronunció una palabra. Por un instante me pareció que iba a hablar. Yo estaba igualmente tentado en hacerlo, pero temía un desaire o el silencio por toda respuesta, que a veces puede ser más doloroso. 

Pero, ¿de qué le hablaría? Nos habíamos visto en una media docena de eventos culturales, pero no habíamos conversado. Él era un poeta consagrado y admirado y yo, aunque escritor con algunos libros publicados, no gozaba de su fama. Sin embargo, era imposible que no supiera de mí. Alguna vez habría visto mi foto en algún periódico con motivo de la presentación de alguna novela mía. Antonio Cisneros, qué duda cabía era un hombre informado. Nuevamente el ascensor volvió a detenerse, la puerta se abrió y no había nadie que lo esperara.

Mientras la caja metálica continuaba su viaje vertical yo seguía con mis reflexiones. Los dos habíamos nacido el año 1943. Ambos habíamos estudiado en la Universidad de San Marcos. En 1962-1963 yo cursaba Estudios Generales con miras a seguir Derecho y él estaba en la Facultad de Letras. Sin duda nos habremos tropezamos muchas veces en la entonces nueva Ciudad Universitaria de nuestra común Alma Mater. Pero, ¿eran estos suficientes méritos para iniciar una conversación? 

De pronto la puerta se abrió. Por fin estábamos en la planta baja y el vate apuró el paso y no tardó en desaparecer por uno de los corredores del laberinto de la clínica.

El año pasado me volví a encontrar con Antonio Cisneros. Esta vez la ocasión se dio en una muestra pictórica realizada en el Centro Cultural Inca Garcilaso, del Ministerio de Relaciones Exteriores, y que Antonio Cisneros con tanto brillo y acierto dirigió. En algún momento de aquella noche alguien nos presentó y sonrientes el poeta y yo nos estrechamos las manos e informamos a carcajadas a nuestro común amigo que nos conocíamos desde hacía años. 

2 de octubre de 2012

CIGARRILLOS Y DESNUDOS

El escritor es un alma en pena que anda en busca de novedades. Al iniciar su diario deambular no sabe qué sorpresa le deparará la jornada. Puede ser algo grande o quizás algo menudo. Tal vez se tope con muchas cosas o quizá no encuentra nada en especial. Pero tal vez descubra una curiosa nariz torcida, una joroba enorme, una manera especial de caminar o un tic nervioso que religiosamente repite un hombre parado en la esquina esperando tal vez a alguien. 

En verdad el escritor es un cazador que sale con los ojos bien abiertos y no sabe si encontrará algo interesante para incorporar en la novela que viene trabajando o el tema que le servirá para el artículo semanal que tiene comprometido con algún periódico y que debe entregar para el día siguiente o, quizás, un post para este humilde blog.

Justamente hace pocos días me encontré con dos pequeñas fotos de desnudos femeninos. El hallazgo ocurrió en una tienda de antigüedades de poca calidad. El cielo raso estaba poblado de arañas metálicas con enormes lágrimas de cristal. El piso era de tierra oscura, firme. No habían dos arañas del mismo período. Contra las paredes habían muebles enormes de madera reseca con espejos y mármol incrustados. 

Todo lo que ví ya lo había visto en otro lugar, en otro tiempo, en otro país o en otro sueño. De pronto, ya de salida de la tienda, me acerqué a una vieja caja de cartón, como las que se usan para guardar los zapatos, convencido que no encontraría nada, y descubrí centenares de fotos. Decidí darles una ojeada. Muchas eran antiguos retratos de señores y señoras (elegantemente vestidos), paisajes urbanos que la modernidad ya ha desaparecido, todos deconocidos para mí y tal vez para usted, querido lector. Lo cierto es que esas fotos debieron ser importantes para sus dueños de fines del siglo XIX. 

De pronto encontré algo que sí me interesó. Eran dos fotos de mujeres desnudas que figura en este post. ¿Serían dos mujeres diferentes o tal vez la misma? El anticuario, un gordo panzón sin afeitar, se me acercó y dando vuelta a la foto me mostró la leyenda. Por ella me di cuenta que hace muchos años alguna compañía de tabaco había incluido una foto de una mujer desnuda en cada cajetilla de cigarrillos. ¿Sería eso el comienzo del Marketing? Tal vez el marketing siempre existió, sólo que no se le había asignado un nombre. Los señorones de comienzo del siglo XX deben haber gozado con sus descubrimientos al abrir la cajetilla y supongo que harían votos para que los desnudos no se repitieran. Cuándo dejaron las tabacaleras de incluir las fotos en las cajetillas, no he podido determinar, pero sí tengo seguro que si no lo hubieran descontinuado habría muchos más fumadores de los que hoy hay.