4 de junio de 2009

VICTOR HUMAREDA: ARTISTA AUTÉNTICO










Hoy, en el Museo de la Nación, el Instituto Nacional de Cultural ha inaugurado una importante muestra titulada “La soledad del artista. Víctor Humareda 1920-1986”, con motivo que este año se conmemora los 89 años del nacimiento del destacado pintor puneño. La exhibición está compuesta por 72 obras y 10 fotografías. 

De Víctor Humareda se ha dicho mucho: algunas son exageraciones y otras son crudas verdades. Él y Sérvulo Gutiérrez son nuestros “pintores malditos” por antonomasia. Es curioso que siendo los dos artistas grandes dibujantes, con un incuestionable dominio de la academia, cultivaran el expresionismo figurativo, es decir, la distorsión de las figuras para trasmitir al observador la emoción del artista ante el motivo representado. Los dos se fueron a la tumba con la fama de ser grandes bohemios. A pesar de su apariencia, Víctor Humareda nunca bebió una gota de alcohol. Sus bebidas eran el té, la manzanilla y de noche un vaso de emoliente. 

El Destino me premió con la suerte de no sólo conocer a Humareda sino que éste me concediera el calificativo de: amigo. Muchas fueron las horas que pasé sentado a su lado en el Parque Central de Miraflores escuchándolo hablar de la belleza, de su rechazo a la modernidad y su admiración por todo lo que era antiguo. Pero por antiguo que no se entienda adicción al arte pulido, a lo bonito. No, todo lo contrario. Humareda –fiel al dibujo y enemigo acérrimo de la abstracción- era admirador incondicional de Goya, Velásquez y Rembrandt, los grandes precursores de la modernidad. ¿Acaso no recuerdan la manera que Goya en su retrato de Carlos III y la familia real se valió de tan sólo unas breves pero no menos brillantes pinceladas para condecorar el pecho del rey de los españoles, anticipándose al movimiento impresionista?

Alguna vez, Humareda -con los ojos brillando- me contó que durante su primera visita al Museo del Louvre se encontró cara a cara con un retrato de Rembrandt y que en aquel momento cayó de rodillas y extendió los brazos cual crucificado, extasiado ante la capacidad pictorica del genio del claroscuro. Algunos calificarán este comportamiento de exagerado. Yo, sin embargo, nunca he tenido la menor duda que su actitud era sincera.

Humareda pintaba para sí, es decir, pintaba lo que su sensibilidad le exigía. Jamás cedió ante la tentación del horrible pecado del “cuadro por encargo”. Recuerdo una oportunidad que en mi condición de novicio director de una galería de arte fui a verlo al ruinoso Hotel Lima en La Parada. El hombre estaba desesperado. Se había atrasado en el pago de su cuarto y temía quedarse en la calle. Obviamente no cabía esta posibilidad pues era un magnífico pagador, pero él sí lo creía. Angustiado me pidió que le comprara algún cuadro. Yo también estaba ajustado de monedas y no pude ayudarle. Regresé a la galería y a los pocos minutos, porque así obra el Destino, entró un acaudalado coleccionista y sin mirar los lienzos de importantes artistas que colgaban en las paredes de la galería de sopetón me dijo que quería comprar un Humareda. Pero eso sí, indicó con precisión, deberá ser un cuadro cuyo motivo sea una casa que se está incendiando en plena medianoche, que se vean las enormes lenguas de fuego saliendo por las ventanas. Meses antes había perdido la oportunidad de adquirir uno. Al instante me comprometí en conseguirle semejante cuadro y partí de regreso a La Victoria a darle la buena nueva, inquiriéndole cuando podía tener el cuadro listo. Humareda me miró y luego me alcanzó un cuadro cuyo motivo era un arlequín. Le insistí que necesitaba una casa en llamas. De inmediato me mostró otro lienzo. Era un caballo ahogándose en el mar. Nuevamente volví a la carga: Víctor, necesito una casa en llamas. Me miró a los ojos y me contestó con su acento provinciano: no lo siento, Gonzalo…no lo siento. Por fin comprendí: el artista no sentía la necesidad de pintar ese motivo y por grave que fuera su situación económica, no lo pintaría. Con una mano me tapé la vista, bajé la cabeza y me retiré de su mínimo dormitorio-taller pidiendo disculpas. Ese fue mi primer contacto con un artista auténtico.




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