26 de mayo de 2009

LOS HERMANOS GONCOURT Y LA PASIÓN DE ESCRIBIR








Edmond y Jules Goncourt, escritores franceses del siglo XIX se hicieron famosos por la perfección de su colaboración, la originalidad de sus métodos y el acabado de su estilo. Hasta la muerte de Jules en 1870 todo lo que escribieron para el público llevó sus dos nombres y tan idénticos fueron sus gustos y juicio que resulta imposible señalar una sola frase como producto exclusivo de uno o de otro. A continuación ofrecemos un extracto del “Diario” de los hermanos de Goncourt. La traducción corresponde a Gonzalo Mariátegui, tomado del Columbia University Course in Literature (Romance and Realism in Modern France), tomo VII, 1928.


La génesis de un libro

13 de julio (1862). El dolor, la agonía, la tortura de una vida literaria consiste en dar a luz ideas. Concebir, crear: en estas dos palabras reside para el hombre de letras un mundo de esfuerzos dolorosos y de angustia. De aquella nada, de aquel embrión rudimentario que es la primera idea de un libro, sacar el punctum sapiens (punto sobresaliente), extraer uno a uno de tu cabeza los incidentes de una historia ficticia, las líneas de los personajes, la trama, el dénouement –la vida de todo este pequeño mundo animado por ti mismo, que brota de tus entrañas, que compone una novela. ¡Qué tal labor! Es como una hoja de papel en blanco que puedes tener en tu cabeza y sobre el cual tu pensamiento, aún no formado, ha garabateado una vaga e ilegible escritura. Y entonces las melancólicas fatigas, y las infinitas desesperanzas, y la vergüenza al encontrarte impotente en tu ambición de crear. Retuerces tu cerebro: suena vacío. Sientes que tu mano pasa sobre algo muerto, lo cual es tu imaginación. Te dices a ti mismo que no puedes hacer nada; que ya no harás más. Te sientes como si estuvieras vacío.

Sin embargo la idea está ahí, atractiva e inalcanzable, como una bella y malvada hada escondida detrás de una nube. Azotas tu pensamiento en dirección del rastro; provocas el insomnio de manera que las fiebres de la noche puedan atraer algún descubrimiento feliz; te concentras en un solo objeto y estiras todas las cuerdas de tu cerebro hasta el punto en que van a reventar. Algo se te aparece por un momento, luego huye, y caes de espaldas más destrozado que víctima de un extenuante ataque de nervio… ¡Oh! Encontrarse buscando torpemente de esta manera, en la noche de la imaginación, en torno al alma de un libro, y descubrir nada, consumir las horas, buscando a tientas, descender dentro de ti mismo y emerger sin nada, encontrarte entre el último libro que trajiste al mundo, cuyo cordón umbilical ha sido cortado, y que ahora ya nada significa para ti, y el libro al cual no puedes dar carne y hueso – estar en labor a cambio de nada: esos son días horribles para el hombre de pensamiento e imaginación.

En tal estado de ansiedad hemos estado estos últimos días. A la larga los primeros bosquejos, el vago apunte al carbón de nuestra novela de la joven burguesía (“Renée Mauperin”), se nos aparecieron esta noche.

Ocurrió cuando paseábamos detrás de la casa por la callejuela que parece sofocada entre los altos muros de los jardines. Un soplo de viento murmuró entre las crestas de los altos lamos. La puesta del sol iluminó a la distancia los pastos verdes con una indefinible y cálida neblina. A mi izquierda la cresta de castaños del Vieille-Hall (Viejo Mercado) despuntó en negro, con las últimas hojas perfiladas contra el oro pálido de la tarde… Produjo el mismo extraño efecto que el paisaje de Laberge, titulado “Tarde”, que cuelga en el Louvre – perfilando la noche negra de los árboles, y destacando la silueta de sus hojas de ébano contra un cielo lleno de una infinita luz, de una esplendidez moribunda.

Los libros tienen sus cunas.

2 comentarios:

  1. Muchas gracias por este maravilloso fragmento del diario de los Goncourt. Es increíble hasta qué punto se preocupaban por la estética... este diario no era una tarjeta de apuntes precisamente.
    Hace unos años leí una novela de ellos, Carlos Demailly, que me impresionó por la calidad de la prosa, pero perdí el libro. Ahora hurgo en los blogs a la manera de rata virtual.

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  2. Gonzalo Mariáteguilunes, 21 noviembre, 2011

    ¡Qué maravilla que dos hermanos puedan escribir en armonía y con la calidad literaria de los hermanos Goncourt! En latinoamérica Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares escribieron juntos, pero no creo que al mismo nivel de los hermanos Goncourt.

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