3 de septiembre de 2009

DE TAL PALO NO HAY ASTILLA







Cuando converso con legos y entendidos en literatura sobre cuál es la novela que tiene el nombre más impactante, la mayoría afirma que el premio, sin dudas, corresponde a Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. ¡Qué titulazo! No hay novela que tenga un título superior, exclaman todos. Es entonces que yo, con gran respeto por el maestro Gabo y su portentosa obra, me atrevo a disentir y digo que en mi modesta opinión hay otro título aún más impactante. ¡Imposible!, responden al unísono. El silencio invade la sala y atentos esperan mi contrapropuesta. No me demoro en decir mi verdad: La novela con el título más impactante es: El mundo es ancho y ajeno de Ciro Alegría.

De inmediato todos acceden, rompen en aplausos y de pronto mi propuesta se ha convertido en la suya. ¡Sí, sí! ¡El mundo es ancho y ajeno de Ciro Alegría es la novela con el título más impactante! ¡Qué titulazo! ¡Se remueven los huesos! En aquel instante, todos recuerdan en silencio las mezquindades que han padecido a manos de sus prójimos.

Lamentablemente el gran escritor peruano falleció en 1967, a la joven edad de sesenta y seis años, cuando aún tenía mucho que entregar a las Letras. Atrás, sin embargo, ha quedado su hijo Alonso. ¿Qué ustedes no conocen a Alonso Alegría? Algunos dirán no, pero otros sí. Es el dramaturgo y director teatral del cual Wikipedia la Enciclopedia Libre (de Internet) en el artículo que trata de su persona dice: “Es uno de los más prestigiosos dramaturgos que existen en Perú.”

Es aquí donde yo debo disentir con la prestigiosa y utilísima Wikipedia. Y para fundamentar mi posición les contaré que hace pocas semanas fui al teatro de la Municipalidad de San Isidro, a presenciar una obra teatral cuyo nombre desconocía y que alguien por ignorancia o maldad me dijo era dirigido por el talentoso Alberto Isola. Suficiente referencia opiné y fui con mi pareja a ser testigos de lo que resultó ser un bodrio, escrito y dirigido por don Alonso Alegría, quien en su columna Palmas y Palotes del diario Perú 21 muy suelto de huesos califica como “comedia romántica”.

Durante las largas e inacabables horas que pasamos en aquella función no recuerdo haber presenciado un episodio cómico y menos uno romántico. No por apellidar Alegría, significa que el dramaturgo en cuestión debe tener una mínima idea de lo festivo. Por favor, no todos los sordos componen como Beethoven. No me imagino al señor Alegría contando un chiste (salvo en el castillo del Conde Drácula) y mucho menos lo figuro dando una cátedra de romance con su monótona voz.

La obra -algo tendremos que llamarla- dura una tres horas, sin intermedio. ¡Sin intermedio, señoras y señores! ¡Qué suplicio! ¡Que angustia! ¡Qué estresante! Para colmo el escenario es pobrísimo y los parlamentos son larguísimos y sin sentido. Nada la salva. Y pensar que el Sr. Alegría -que funge de gurú del teatro peruano desde su columna periodística, repartiendo palos a todas las representaciones teatrales que no son de sus amigos- ha escrito y dirigido un mamotreto sin pie ni cabeza. ¿Es que nadie se atrevió a despabilarlo de tan tremenda pesadilla?

Lo único rescatable de esa noche fue la actuación de Javier Valdés; sin duda, el mejor actor de su generación y cuya sólida capacidad histriónica habría sido puesta a mejor uso si se le daba a leer la guía telefónica. Por momentos se notaba como los ojos le brillaban anunciando la aparición de lágrimas. Tal vez pensaba: cómo me dejé meter en este budín.

Y bien, llegamos al final. Ahora sólo falta revelar el nombre de la “comedia romántica” la que sin duda se lleva el premio al peor título de una pieza de teatro. El título que el Sr. Alonso Alegría escogió para su obra teatral es: Para morir bonito. 

Recomendamos sinceramente al Sr. Alonso Alegría que cambie de pieza y muera bonito.



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