22 de octubre de 2009

CUENTO: " PAS DE DEUX " DE GONZALO MARIÁTEGUI




Salvo por las zapatillas de ballet, Danitza está desnuda. Y caminando con el candor de una bailarina aún en capullo, se aproxima a la ventana cerrada de la habitación cargada de humedad. Tan pronto sus manos se posan sobre el alféizar cual confiadas palomas, la niña presiona la nariz contra la jironada cortina y con inquietos ojos brunos confirma, desde el segundo piso del edificio en abandono, la soledad del callejón; en la última hora del atardecer.

La niña gira, toma posición y ejecutando una precisa pirueta queda ubicada en el centro del sombrío cuarto; separa los pies; echa la cabeza para atrás; abre las manitas y levanta los brazos, estirándolos hasta doler, como intentando alcanzar el cielo; luego se endereza y sin doblar las rodillas, doce veces toca el piso con las palmas.

Danitza toma aire y dando otro armonioso salto desciende sobre el borde del camastro solitario. Tan pronto los flejes cesan de crujir, apoya las yemas de los dedos sobre las rodillas y empieza a recitar sus versos favoritos en un esfuerzo por encontrar algún pliegue en el tiempo que le brinde refugio. Pero cuando una lágrima desborda y empieza a quemar su cobriza mejilla, la pequeña, de ligera pisada, corre hacia el baño. Entra, enciende la luz, corre el pestillo y a través de la niebla de sus ojos acuosos observa cómo tiembla su imagen en el espejo de cuerpo entero.

Con ojos y manos, y sin cesar de girar en puntas, Danitza comprueba en el reflejo del vidrio plateado la fuerza de sus piernas; la delgadez de su cuerpo; la dureza de sus largos brazos; la firmeza de sus nalgas; la precoz insinuación de senos; el magenta natural de sus labios; y el fulgor de su cabellera negra azul que le cae hasta la cintura. 

La niña se detiene; acuna los brazos como quien sostiene un ramo de rosas y sonriente, mirándose en la pecosa superficie del espejo que de manera lenta empieza a oscurecer, inclina la cabeza una y otra vez para agradecer los aplausos de su público.

De pronto, coces a la puerta.

— Danitza, abre — apremia con porfía don Eber, el sastre del barrio: el de rostro grisáceo, surcado de arrugas; el de ojos encapotados; el de garras áridas, venosas, callosas; el de uñas gruesas, opacas, filudas; el de aliento a aguardiente.

La puerta cede, una senda de luz se proyecta del baño tiñendo el piso de la húmeda habitación y Danitza - cabizbaja, con los brazos laxos a los costados - lentamente hace su ingreso en puntas.

— Aquí tienes para tus clases de baile — dice el sastre, de pie, desnudo, en tercera posición de ballet, brazo izquierdo arqueado en alto sobre la cabeza y el otro extendido hacia el flanco derecho a la altura del hombro, mientras, desde el hueco de esta mano, rugosos billetes caen al piso —. Yo siempre cumplo mi palabra.

— Yo también — contesta la niña, entre castañeteo de dientes; enhiesta, con el cuerpo empapado en sudor. 


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Nota 1: La ilustración corresponde a diferentes tomas de la escultura de Edgar Degas (1834-1917), titulada Petite danseuse de 14 ans [Pequeña bailarina de 14 años].

Nota 2: En Youtube figura la lectura del cuento Pas de deux por Gonzalo Mariátegui.


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