25 de mayo de 2009

LA PALETA DE VENANCIO SHINKI



NOTA: Esta entrevista fue realizada por Gonzalo Mariátegui el 3 de octubre del año 2001. Lamentablemente no se llegó a publicar en ESPACIO, magnífica revista para la cual estaba destinada, debido a que dicho medio por decisión propia interrumpió su publicación, situación que, lamentablemente para la cultura peruana, a la fecha aún persiste. El blog Siete Jeringas ha acogido la entrevista por considerarla valiosa para la historia de la pintura latinoamericana.

"La plástica peruana se ha vestido de gala con la muestra VENANCIO SHINKI RETROSPECTIVA 1960 – 2000. La fiesta de color está constituida por un centenar de obras realizadas en el trascurso de cuarenta fértiles años. El tesoro pictórico de Shinki se presenta en las salas de exhibición de La Galería de El Instituto Cultural Peruano Norteamericano (ICPNA) de Miraflores. A continuación entregamos la entrevista que el maestro Shinki ha concedido, en la cual revela los amplios paisajes de su calidad humana y su amor por el arte. 
¿Quién es Venancio Shinki?
Desde hace tiempo me pregunto quién soy. Ahora, al inicio de los setenta años, digo: no soy más que un eterno soñador, encajado, felizmente, en una profesión que le llaman ser pintor. Ese, eso soy yo. 
Como artista plástico, ¿consideras que has logrado las metas que te has propuesto?
Nooo. El poder llegar es siempre un eterno sueño. Hay oraciones personales que uno lanza al cielo. «Quisiera lograr tal cosa». No te puedo decir concretamente qué es. Estoy lejos; lejos en realidad de haber conseguido esa aspiración. Creo que he hecho algunas cositas que pueden hacer que me reconozcan como pintor en este medio y en algunos espacios de Latinoamérica, espacios donde he expuesto. Pero eso no tiene nada que ver con las aspiraciones íntimas que uno tiene. El ser humano es muy ambicioso. El ser humano no es un ángel. El ser humano quisiera ser como un ángel.
Yo considero que pintar es pretender tocar el cielo con las manos. Saltamos, intentamos. Hay algunos que creen haberlo tocado. Yo soy consciente de que estoy lejos de haberlo tocado. Pero lo más lindo es que siempre mantengo el empeño de querer tocar el cielo con las manos. 

Cuando al filósofo francés, Blaise Pascal, le preguntaron «¿Qué es el hombre?», contestó: «Ni ángel, ni bestia.» En tu opinión, ¿qué es el hombre?
El hombre. No me he puesto a pensar mayormente en eso. Creo que tenemos de las dos cosas como dice Pascal. Ante actos de terrorismo como los que han azotado a Nueva York es que me pongo a meditar: «¿Diablo, qué pasa con el ser humano?» Cuando teníamos los tremendos conflictos aquí en el país y yo viajaba al exterior (a un compromiso de exposiciones) desde el avión miraba por la ventana y decía ¿qué nos pasa? Allá abajo nos matamos, allí hay terroristas que están caminando posiblemente para matar gente.
Sí, Pascal tiene razón. A veces somos unas bestias y otras veces somos lo contrario. Hay veces que el ser humano desciende y otras que se eleva. El arte existe justamente para pretender - por lo menos - decir: Oye, caminemos un poco, por la sensibilidad del ser humano. No digo por la bondad. No. Por la sensibilidad del ser humano. Pensemos un poco, hermanémonos.

¿Cómo fue que decidiste consagrar tu vida al arte? ¿Hubo resistencias de los familiares, considerando que en la década de los cincuenta el pintor además de ser considerado un bohemio era mal remunerado?
(Ríe con ternura) Quiero ser muy sincero en esto. Entré a la Escuela Nacional de Bellas Artes sin pensar que iba a tener una profesión que podía depararme fortuna. Eso - de cajón - no estaba en mi cabeza. Yo entré por amor al arte. Yo quería ser retratista. Y después, dentro de la Escuela de Bellas Artes, entendí que hacer retratos no era lo único válido en la escuela. Que había otros medios. Que hacer dos rayas podía entusiasmar a la gente. Que hacer un color podía entusiasmar a la gente. Yo mismo me entusiasmaba, porque lo importante era que yo me entusiasmase. Una textura podía decirme algo. Si la textura, puesta sobre la tela, me decía algo, entonces podía comunicar esa emoción a otras personas. Entonces me quité de la cabeza la idea de ser retratista para intentar ser pintor. Así fue cómo empecé a trabajar seriamente en búsqueda de un camino. Por fortuna, (recalca) por fortuna, la Escuela de Bellas Artes, estaba dirigida por Juan Manuel Ugarte Eléspuru quien tuvo la visión de tener la biblioteca de la escuela, muy bien surtida. La Escuela de Bellas Artes se suscribió a las editoras más importantes del arte. De esa manera tuvimos los libros y las revistas más importantes del momento. Los alumnos estábamos actualizados. Sabíamos quién era quién en el mundo de la plástica. No entendíamos el alemán, pero ahí estaban las imágenes. Las veíamos y luego entre los muchachos las discutíamos. Allí estaban los que ya son figuras importantes de la plástica peruana, como Tilsa, como Gerardo y el resto de la gente. Y ahí estaba yo entre toda esa gente inquieta y yo también me inquietaba. En esos momentos la escuela estaba muy bien dirigida. Había un ambiente propicio y una implementación debida. Por eso es que nosotros estábamos actualizados y podíamos avanzar un poco más que si no hubiéramos tenido aquella biblioteca. Si no hubiéramos tenido esa biblioteca, quizás hubiéramos sido un poco retrógrados, pensando solamente en el indigenismo.

¿Cuál es el recuerdo más grato que guardas de tu paso por la Escuela de Bellas Artes?
Sin duda el más grato fue sacarle información a los profesores. Tanto es así que yo estaba con un profesor dos años, luego seguía con otro durante otros dos años y finalmente con un tercero por un período igual. Cada vez iba dejando profesores. Yo era como una ventosa, que iba jalando conocimientos. Era una esponja. Y cuando egresé, pensé: «Diablos, me faltaron unos años para pasar por todos los profesores.» Y aunque maestros como Quízpez Asín y Ricardo Grau no fueron mis profesores tuve con ellos una maravillosa relación amical. Las conversaciones estaban preñadas de preguntas sobre el oficio, los artistas más distinguidos que figuraban en las revistas especializadas. Era formidable poder dialogar con los profesores.

En la Escuela estudias en los talleres de Juan Manuel Ugarte Elespuru y Ricardo Sánchez, entre otras distinguidas figuras. ¿Qué te queda del contacto con tus profesores?
En el caso de Ricardo Sánchez la orientación fue fundamental. Y eso me enriqueció en cuanto a línea. Alberto Dávila por su rotura, por su franca valentía de romper con la figuración para llegar a la abstracción. Eso era un motivo de sorpresa para mí. Entonces hago lo mismo. Sabino Springett ofrecía la fuerza, el color en su obra. Lo formidable del caso es que eran pintores activos. Y Ugarte tenía un manejo formidable de toda esa gente.
Desde hace varias décadas tu alma mater, La Escuela de Bellas Artes, está en crisis, tanto en lo económico como en lo académico. Seguramente como ex alumno, como hombre reflexivo que eres, habrás pensado en las medidas que se requieren implementar para que ésta retome su camino ascendente.
Felizmente con este nuevo gobierno hay una Comisión Reorganizadora. Espero que sepan elegir a un buen Director y su nuevo equipo de profesores. El problema de la escuela, como todos en el Perú sabemos, es que adolece de medios económicos. Un profesor, ¿cuánto puede ganar ahí? Es poco lo que gana. Siempre han ganado poco, pero ahora ganan menos. El poder adquisitivo ha bajado. Si quieres conseguir un buen profesor, naturalmente el buen profesor no va a ir por poca cosa. Luego es necesario que inviten a los pintores en actividad. No como profesores fijos, sino para que den clases maestras. Es necesario que los alumnos, especialmente los de los últimos años, conversen con los pintores en actividad. Es necesario entablar el diálogo con los que están exponiendo, trabajando. Viejos, intermedios y jóvenes. También es fundamental exigir a los alumnos que vayan a ver todas las muestras importantes que hay en la ciudad de Lima. Lo que pasa es que los alumnos tienen limitaciones económicas. No tienen plata para transportarse. Espero que esta Comisión logre conseguir un equipo de nivel, porque esto es cuestión de equipo: Director y su cuerpo docente.

¿De qué manera te enfrentas a la adversidad, a las injusticias de la vida?
Yo tengo conciencia de las injusticias desde muy niño. Hasta los seis años fui un niño mimado, porque mi padre era comerciante y no había problema. Pero las injusticias vienen a los seis años cuando entro al colegio. Son cosas que pasan allí. «Oye, tú eres chino.» Por cualquier cosa nos agredían. Piensa tú que era el inicio de la segunda guerra mundial. La cosa era más difícil.
En esas circunstancias el libro de «Arte y Manualidades» que me dieron en el colegio fue mi tabla de salvación. Si estos no querían jugar conmigo, no me importaba. Si los zambos de acá no querían jugar conmigo, tampoco me importaba, porque yo tenía este libro que era una maravilla.

¿Estás contento con la época que te ha tocado vivir y pintar?
Cuando yo vi la película “Moulin Rouge”, que trataba sobre la vida de Toulouse Lautrec... 

¿Te refieres a la versión de la década de los cincuenta en la que José Ferrer interpreta el papel de Lautrec? 
Exacto. Fue una película maravillosa.

¿Te acuerdas cuando el padre de Toulouse le pide perdón? «Eres el primer pintor que en vida es aceptado en el Louvre. Perdóname. ¡No te entendí!»
«Es-TÚ-pido», le dijo.(Shinki y Mariátegui ríen a carcajas). Así le dijo: «Es-TÚ-pido».

¿Te hubiera gustado vivir en la época de Tolouse -Lautrec?
Ah, sí, sí. Era lo que yo pensaba al principio. Pero ahora, ya no. Yo tengo lo que el cielo ha querido darme. Ahora, lo que debo hacer es resolver el problema en el tiempo que me ha tocado vivir. He visto cosas maravillosas. El adelanto de la ciencia es extraordinario. A cada instante me quedo sorprendido.
Sin embargo, es en el campo de la plástico dónde más me preocupo. Estamos viviendo una época en que no se sabe qué debe prevalecer. Vemos cada cosa, que casi no entendemos. Yo participé en la penúltima Bienal de Sao Paulo y había por lo menos un setenta por ciento de cosas que no tenían nada que ver con pintura. Había cuarto cerrado, había proyecciones, había instalaciones, que están de moda. Aunque estas instalaciones venían de hace muchísimos años atrás, eso era lo que prevalecía.
En la Bienal de Venecia también estuve presente. Esta vez no como participante. Fui a ver cómo celebraban los italianos los cien años de la creación de la Bienal de Venecia. Entonces le dije a mi mujer, vamos. Para mi sorpresa el noventa por ciento era instalaciones, proyecciones. Casi nada de pintura. Ante esta realidad, ¿qué hacer? Pienso que mientras yo tenga ganas de trabajar, seguiré pintando. Naturalmente no sólo pintaré, pues tengo ganas de esculpir. Y de repente pronto te estoy invitando a ver una exposición de esculturas mías.

¿La mayor parte de tu pintura proviene de la pintura de caballete. Sin embargo, ¿ no te gustaría pintar un gran mural, un mural visceral con todo el mundo mágico de Venancio Shinki para los ojos de los que posiblemente nunca tendrán un cuadro en su vivienda?
Claro. Una de las cosas más lindas que yo pretendo es que mi obra esté en un sitio donde la gente puede verla, sin necesidad que sea propietario de la obra, pero que esa imagen mía se la pueda llevar dentro de su corazón.

¿Cuando terminaste la escuela fuiste a Europa? ¿Ganaste una beca?
No. ¡Je! ¡Ay qué bueno que me preguntas! En ninguna entrevista me han preguntado sobre eso.
El sueño de todo muchacho de la Escuela de Bellas Artes, apenas egresado y durante los dos años siguientes, ya sea de profesional, era mandarse mudar del Perú, irse a París. Mira, Gonzalo, yo postulé las tres oportunidades. La primera, porque tenía derecho: egresaba de la escuela. Juan Manuel me dice anda estudiando francés porque no hay nadie que te gane. «Ay caracho» me dije «, si el Director me dice que ya la beca es mía, entonces me voy a la Alianza Francesa a estudiar mi francés.» Vienen los jurados y salgo en segundo lugar. No fui a París. El año siguiente me presento y me vuelve a decir: oye, esta vez te vas de todas maneras. Y vuelvo a salir segundo. ¿Y por qué? Porque nunca antes habían becado a un escultor y esa vez becaron a Armando Varela. ¿Te acuerdas de él? En este momento esta viviendo en Inglaterra. La tercera y última ocasión fue más graciosa. En la puerta de la escuela me topo con cierto egresado y me dice: «Oye, Shinki, por favor» era el último día que teníamos para entregar las pinturas «,hermano, quiero que veas las cosas que voy a presentar para el concurso de la beca.» «Ya pues, vamos» contesté. Entonces me mostró tres cuadros con unos colores chillones. «Oye, estos colores bájalos un poquito; éste de acá dale un poquito de fuerza; dale un poquito de luz a este otro cuadro.» (Y riéndose, concluye) Y yo me quedé en segundo lugar. Fue mi destino, Gonzalo, que por una u otra cosa no fuera becado a Europa, que era mi sueño dorado.
Pero hay que aceptar lo que viene del cielo. Cuando ya me tocó ir a Europa y he viajado muchísimo, naturalmente con mi platita (carcajadas), he aprendido mucho. Creo que los viajes son sumamente importantes para la formación integral del artista.

Tus primeros pasos en la plástica se realizaron en la abstracción. Tanto el público, los compradores y la crítica te acogieron con aplausos. En los últimos treinta años, sin embargo, vienes cultivando exclusivamente la figuración. Bien, si ahora tuvieras el deseo de ejecutar un solo cuadro abstracto, ¿lo ejecutarías?
Lo he intentado. Lo he intentado como ejercicio. Pero me sentí mal. No creo que se debe hacer eso. Creo que cuando uno considera haber concluido cierto sendero, no debe uno regresar a él. Aunque te aplaudan, aunque en el ambiente plástico limeño hay mucha gente que prefiere esa tendencia de mi producción, a mí no me importa. Yo hago lo que en el fondo creo conveniente hacer.

¿Los escritores suelen sufrir ante la página en blanco. Como pintor, ¿cuál es tu actitud frente al lienzo en blanco? 
El lienzo en blanco es un reto. Es el espacio del reto, por eso yo mancho el blanco para que no me fastidie tanto.

¿Inspiración o transpiración? ¿Cuál es la locomotora que te jala a producir?
No, no, no. Para mí, transpiración.

Si pudieras robar un cuadro de un museo, ¿cuál sería?
Mira, en casa no tengo el espacio requerido. Una de las pinturas que yo más admiro es “Güernica” de Picasso. Sin duda, alguna. Muchas pinturas me fascinan, pero ese cuadro, «¡Carajo, ése es para robarlo!» Hasta un apunte me robaría.

¿Cuál fue tu primera impresión cuando viste colgado en el Instituto Cultural Peruano Norteamericano la muestra de tus primeros cuarenta años de pintor? ¿Qué sentimientos te invadieron?
Bueno. (larga pausa) Realmente, realmente yo mismo me sorprendí. No sé si por la disposición de los cuadros o por lo que sea, el asunto es que yo mismo me quedé impactado. No me gusta vanagloriarme. Creo que el magnífico montaje que hicieron la gente del cultural permite que la exposición desde cualquier ángulo se vea bien y siempre impacta. A mí me impactó desde todos los ángulos. Cuando bajaba las escaleras... me sorprendió. «Diablos, ¿y dónde estoy?» Pero es una cosa extraña. Sabía que la pintura era mía y a la vez me daba la sensación que no lo fuera. Y sigo bajando y estoy viendo una exposición de cuadros que siento que son míos y no me pertenecen, como hijos que después de muchos años de ausencia vienen en busca de la mirada de su viejo, que los ama y se siente orgulloso de ellos.





2 comentarios:

  1. UNA ENTREVISTA QUE MERECE SER PUBLICADA EN
    LOS MAS IMPORTANTES MEDIOS DE COMUNICACION CULTURAL DEL PERU. NO PIERDE ACTUALIDAD, LAS PREGUNTAS SON SIMPLES Y LAS RESPUESTAS PRECISAS Y SINCERAS.SE PUEDE APRECIAR CLARAMENTE LA PERSONALIDAD Y VENA ARTISTICA
    DEL PINTOR.

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