14 de octubre de 2012

CON ANTONIO CISNEROS EN EL ASCENSOR



Antonio Cisneros (1943 - 2012)

No recuerdo si lo que les voy a relatar ocurrió hace uno, dos o tres años. Sin embargo, sí recuerdo que ocurrió en el ascensor de la Clínica Americana, en Miraflores.

El hecho es que cierta tarde, luego de ser atendido por mi otorrino, procedí a la zona de ascensores, con el propósito de alcanzar la calle y regresar a casa. Después de una larga espera, propia de los ascensores de todas las clínicas del mundo, la puerta se abrió. Para mi sorpresa no había nadie. Estaba a mi entera disposición. Recuerdo haber implorado en silencio que el ascensor llegara a la planta baja sin interrupciones. En verdad, los ascensores caleteros me enervan.

Mi alegría duró tan solo el trascurso de dos pisos. Y en vez que ingresara la temida estampida de personas sólo entró un individuo. Era un hombre alto, elegante y de cabello entrecano. De pronto y sólo por un instante nuestras miradas se cruzaron. Un respingo sacudió a ambos. 

Al momento reconocí a mi compañero de viaje. Era Antonio Cisneros, “Toño” para sus amigos. Era el poeta. Pero, ¿qué hacía Antonio Cisneros en la clínica? ¿Habrá ido a ver a un otorrino? No, imposible. En su piso no hay otorrinos. Mientras ambos teníamos clavada la vista en el panel superior que indica el avance del elevador, cuidando de no mirarnos a los ojos, me acordé que Cisneros sufría de diabetes. ¡Ah, ya!, exclamé en silencio, ha venido a chequearse. De pronto el ascensor volvió a abrirse. Era el piso siguiente. No había nadie. De súbito se me ocurrió que algún niño travieso había marcado el botón y sin duda tendríamos que parar en cada uno de los pisos restantes. Respiré profundo. No quedaba más que resignarse.

Nuevamente nuestros ojos volvieron a cruzarse pero, como la vez pasada, ninguno pronunció una palabra. Por un instante me pareció que iba a hablar. Yo estaba igualmente tentado en hacerlo, pero temía un desaire o el silencio por toda respuesta, que a veces puede ser más doloroso. 

Pero, ¿de qué le hablaría? Nos habíamos visto en una media docena de eventos culturales, pero no habíamos conversado. Él era un poeta consagrado y admirado y yo, aunque escritor con algunos libros publicados, no gozaba de su fama. Sin embargo, era imposible que no supiera de mí. Alguna vez habría visto mi foto en algún periódico con motivo de la presentación de alguna novela mía. Antonio Cisneros, qué duda cabía era un hombre informado. Nuevamente el ascensor volvió a detenerse, la puerta se abrió y no había nadie que lo esperara.

Mientras la caja metálica continuaba su viaje vertical yo seguía con mis reflexiones. Los dos habíamos nacido el año 1943. Ambos habíamos estudiado en la Universidad de San Marcos. En 1962-1963 yo cursaba Estudios Generales con miras a seguir Derecho y él estaba en la Facultad de Letras. Sin duda nos habremos tropezamos muchas veces en la entonces nueva Ciudad Universitaria de nuestra común Alma Mater. Pero, ¿eran estos suficientes méritos para iniciar una conversación? 

De pronto la puerta se abrió. Por fin estábamos en la planta baja y el vate apuró el paso y no tardó en desaparecer por uno de los corredores del laberinto de la clínica.

El año pasado me volví a encontrar con Antonio Cisneros. Esta vez la ocasión se dio en una muestra pictórica realizada en el Centro Cultural Inca Garcilaso, del Ministerio de Relaciones Exteriores, y que Antonio Cisneros con tanto brillo y acierto dirigió. En algún momento de aquella noche alguien nos presentó y sonrientes el poeta y yo nos estrechamos las manos e informamos a carcajadas a nuestro común amigo que nos conocíamos desde hacía años. 

2 comentarios:

  1. ¡Qué buena anécdota! Me encanta como escribe, Sr. Mariátegui.

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  2. Gracias. Suerte y salud.
    Gonzalo Mariátegui

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