El escritor es un alma en pena que anda en busca de novedades. Al iniciar su diario deambular no sabe qué sorpresa le deparará la jornada. Puede ser algo grande o quizás algo menudo. Tal vez se tope con muchas cosas o quizá no encuentra nada en especial. Pero tal vez descubra una curiosa nariz torcida, una joroba enorme, una manera especial de caminar o un tic nervioso que religiosamente repite un hombre parado en la esquina esperando tal vez a alguien.
En verdad el escritor es un cazador que sale con los ojos bien abiertos y no sabe si encontrará algo interesante para incorporar en la novela que viene trabajando o el tema que le servirá para el artículo semanal que tiene comprometido con algún periódico y que debe entregar para el día siguiente o, quizás, un post para este humilde blog.
Justamente hace pocos días me encontré con dos pequeñas fotos de desnudos femeninos. El hallazgo ocurrió en una tienda de antigüedades de poca calidad. El cielo raso estaba poblado de arañas metálicas con enormes lágrimas de cristal. El piso era de tierra oscura, firme. No habían dos arañas del mismo período. Contra las paredes habían muebles enormes de madera reseca con espejos y mármol incrustados.
Todo lo que ví ya lo había visto en otro lugar, en otro tiempo, en otro país o en otro sueño. De pronto, ya de salida de la tienda, me acerqué a una vieja caja de cartón, como las que se usan para guardar los zapatos, convencido que no encontraría nada, y descubrí centenares de fotos. Decidí darles una ojeada. Muchas eran antiguos retratos de señores y señoras (elegantemente vestidos), paisajes urbanos que la modernidad ya ha desaparecido, todos deconocidos para mí y tal vez para usted, querido lector. Lo cierto es que esas fotos debieron ser importantes para sus dueños de fines del siglo XIX.
De pronto encontré algo que sí me interesó. Eran dos fotos de mujeres desnudas que figura en este post. ¿Serían dos mujeres diferentes o tal vez la misma? El anticuario, un gordo panzón sin afeitar, se me acercó y dando vuelta a la foto me mostró la leyenda. Por ella me di cuenta que hace muchos años alguna compañía de tabaco había incluido una foto de una mujer desnuda en cada cajetilla de cigarrillos. ¿Sería eso el comienzo del Marketing? Tal vez el marketing siempre existió, sólo que no se le había asignado un nombre. Los señorones de comienzo del siglo XX deben haber gozado con sus descubrimientos al abrir la cajetilla y supongo que harían votos para que los desnudos no se repitieran. Cuándo dejaron las tabacaleras de incluir las fotos en las cajetillas, no he podido determinar, pero sí tengo seguro que si no lo hubieran descontinuado habría muchos más fumadores de los que hoy hay.
No hay comentarios:
Publicar un comentario