1 de marzo de 2011

EL SACO DE SÉRVULO GUTIÉRREZ

                        Sérvulo Gutiérrez con gorrión posando en su  dedo                                     


Sérvulo Gutiérrez (Ica, 1914- Lima, 1961) fue uno de los pintores peruanos más destacados del siglo XX. Su obra fue enorme en cantidad y excepcional en calidad. Es, sin duda, el pintor expresionista figurativo más importante que ha dado el Perú. La Historia del arte registra a Sérvulo como uno de los “pintores malditos” del Perú del siglo pasado. Bohemio e incomprendido, conoció la fama y la abundancia, para finalmente ser azotado por las carencias económicas propias de un faquir que intenta vivir de su oficio, en una capital cuyos señoritos primero lo aplaudieron y bebieron a costa de él para luego darle la espalda cuando sus bolsillos quedaron vacíos.

Esta nota está referida a un episodio de su vida, episodio que conocí por una amiga que llamaré Selene y que pretendo relatarles en la manera más similar que llegó a mí una calurosa noche de verano en una tienda de antigüedades y remates de Miraflores; la misma que, a duras penas subsistía de la venta de muebles bric à brac más que de antigüedades y de los cada vez menos usuales remates al martillo. 

Aquella noche, una de las tantas que acostumbraba ir a recoger a la hermosa e inteligente Selene (siempre poco antes de la hora de salida), ésta -al ver mi impaciencia por fugar, subir al auto y con las cuatro ventanas abiertas enrumbar a un lejano y romántico lugar de Barranco- quiso interrumpir mi desesperante estado de aburrimiento. En realidad de verdad (como diría mi siempre bien recordada maestra de la Universidad de San Marcos, Dra. Ella Dumbar Temple) no hay peor tortura que esperar a alguien mientras esta trabaja, uno espera y no hay viso que la jornada terminará.

De pronto, un ruido. En ese momento Selene cruzó el dedo índice sobre sus labios y llamándome a un lado apuntó hacia otro salón, en dirección a un menudo hombrecito de unas seis décadas, de terno gris (varias veces volteado por el sastre), cuello pelado y tripilla negra a modo de corbata, el cual daba instrucciones a un camionero respecto al sitio que debía llevar unos muebles viejos. Luego Selene me invitó a la oficina, tomamos asiento y con voz de mando exclamó: ¡Agapito ven!

El hombrecito no tardó en llegar y ella, luego de preguntarle por una par de cosas relacionadas con la sala, de sopetón le pidió que me contara en detalle lo del saco de Sérvulo Gutiérrez. Supongo que Selene pensaría que la anécdota haría más tolerable mi espera. Una especie de comic relief.

Al instante Agapito bajó la cabeza y sus hombros se desinflaron. Su aspecto pálido, vencido, era propio a la de un hombre que acababa de ser despedido de manera intempestiva. Su reacción me sorprendió. ¿Qué secreto iba a revelar el hombrecillo? En verdad no quería oírlo. Odio el dolor ajeno, pero una anécdota sobre Sérvulo bien valía la pena escuchar.

A pesar que su rostro reflejaba un ardiente deseo de no acceder al pedido de la inquisidora patrona, ésta no desistía y entre carcajadas reclamaba que de una vez revelara el incidente entre Sérvulo y él. Era obvio que Selene me estaba sirviendo en bandeja de plata el alma de este pobre hombre, títere en sus manos. Una y otra vez intenté interrumpirla. Deseaba liberar al prójimo de tanto sufrimiento. Pero Selene con voz firme, insistió: Agapito, cuéntale al señor el momento más importante de la historia de tu vida.

Agapito respiró profundamente y lentamente empezó: Hace muchos años. Allá por los finales de la década del cincuenta cuando yo trabajaba en el centro de Lima en una galería de arte como conserje, mensajero y hacía todo lo que fuera menester, entró a la galería el señor Sérvulo dando soplidos a causa del calor de ese día de verano. Tan pronto cruzó el umbral de la galería se quitó el saco, se arremangó la camisa y me pidió que le guardara la prenda. Accedí a su pedido y la colgué detrás de la puerta del cuarto en que se guardaban los utensilios para la limpieza. 

En esa época el señor Sérvulo ya no gozaba de fama. Para muchos era la plaga. El interés por sus cuadros había bajado. Ya no había reconocimiento a su obra. Yo, sin embargo, le tenía estima. Siempre me trato con cordialidad, además éramos de la misma talla, aunque él era un genio y yo no. 

Mientras don Sérvulo hablaba con el administrador de la galería, la contadora me envió al banco a hacer un depósito. La cola en el banco era interminable. Cuando regresé ya don Sérvulo se había retirado y recién a mi hora de salida advertí que el famoso pintor se había llevado mi saco y en su lugar había quedado el suyo. Esa noche la temperatura había bajado, me puse el saco de don Sérvulo y me fui a mi casa. 

Después de una semana apareció don Sérvulo por la galería, llevaba puesto mi saco y un cuadro suyo bajo el brazo. Corrí a su encuentro y le expliqué el malentendido. Sin más, procedimos al intercambio de sacos. De inmediato mis manos rebuscaron en los bolsillos interiores. 

No encontré nada. Corrí hacia don Sérvulo y le dije que no encontraba el billete de diez soles que había dejado en el bolsillo interior izquierdo. El pintor me preguntó si estaba seguro de haber dejado el billete en el saco. Yo le juré que sí. De pronto, para mi sorpresa, don Sérvulo me alcanzó el cuadro que había llevado a la galería y me dijo: Mira, te doy el cuadro y nos olvidamos del billete.

Yo respondí: mejor me da los diez soles. ¿Estás seguro? preguntó don Sérvulo e insistió: piénsalo bien, es un buen cuadro. Pero yo no cambié de parecer. Don Sérvulo se encogió de hombros, metió una mano en el bolsillo del pantalón y me entregó un billete de diez soles.

Entonces, con voz desesperada, intervine en un vano intento por enmendar la decisión: ¡Agapito, acepta el cuadro! Hoy en día un cuadro de Sérvulo vale una fortuna.

Lo sé, señor. Pero en ese entonces mis diez soles me valían más. Yo no quería un cuadro, yo quería mis diez soles.

Volví la mirada a Selene y le pregunté cuánto costaría un Sérvulo de esas características. Sonrió y me dijo: Hace una semana trajeron el mismo cuadro a la galería para su venta y esta mañana lo compraron por cien mil dólares. Aquí está el cheque. Si el bobo de Agapito hubiera aceptado la pintura a cambio de los diez soles, ahora estaría buscando comprar un departamento de lujo en Miraflores, tendría auto nuevo y quizás estaría montando un negocio propio. Selene no demoró en reventar en carcajadas. 

Agapito bajó la cabeza y salió de la oficina. Detrás a pocos pasos le seguí yo. Hace veinte años que no he vuelto a ver a Selene.

                                               
"Los Andes"      
                                                     
                             
                                     Retrato de Doris Gibson                             

                                              
                                  Autorretrato de Sérvulo Gutiérrez           
                              

7 comentarios:

  1. Sé que en el distrito de Jesús María tienen una sala de arte con su nombre, pero... sabràn esa historia?? compàrtala! serìa interesante que la escriba para el distrito, y sepan valorar al señor Gutièrrez.
    Emma

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  2. La ambición de este blog es llegar a todos y estoy seguro que este post ha llegado a Jesús María. Cada día que pasa, la vida y obra del gran Sérvulo es apreciada por más personas.
    Saludos y suerte.

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  3. MI PADRE CONOCIO A SERVULO ALLA POR LOS AÑOS 40, Y EN CASA TUVE UN PEQUEÑO CUADRITO QUE EL PINTO. LAMENTABLEMENTE SE PERDIO, Y HOY TENDRIA UN GRAN VALOR AUNQUE LO MAS IMPORTANTE PARA MI ES EL VALOR ARTISTICO DE ESA OBRITA.
    GRANDE SERVULO!...DEBEN PROMOVERSE MAS EXPOSICIONES DE ESTE GRAN ARTISTA PERUANO!...VIVA SERVULO!...VIVA EL PERU!!

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  4. En efecto, Sérvulo fue un gran artista peruano. Aún no ha aparecido alguien que lo reemplace.
    Siga escribiéndonos. Saluti.

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  5. Servulo, el mas grande, primo hermano de mi abuelo!!!!

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  6. Es una pena que perdió su libro de recuerdos de su 1ra Comunión con el dibujo hecho por Sérvulo. De haberlo conservado tal vez ahora tendría una enorme camioneta plateada 4 X 4 para ir a las playas del sur. ¡Así es la vida!

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  7. Servulo un pintor genial y mistico su vida fue una de sus mayores obras

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