24 de noviembre de 2010

MARIO VARGAS LLOSA Y LA NOCHE DE ENTREGA DEL PREMIO NOBEL DE LITERATURA 2010

                                                                                   


 La  Academia  Sueca                                                                                                                                                                                                                            

El próximo 10 de diciembre del año 2010, en Estocolmo, Suecia, el destacado escritor peruano, Mario Vargas Llosa, vestido de flamante frac, pronunciará el discurso más importante de su vida. En presencia de Su Majestad, Carlos XVI Gustavo, rey de Suecia, y de representantes de la aristocracia del talento , dirá su palabra. 

Pero, ¿qué dirá? Los que no presenciaremos la emotiva ceremonia tenemos la enorme expectativa de leer el discurso en los periódicos del día siguiente. ¿Será frío? ¿Será lacónico? ¿Será incendiario? ¿Será producto de su cerebro o de su corazón? ¿Hablará de los pobres, de los excluidos o quizás hablará de la importancia de la literatura? Tal vez hable de ambas cosas o quizás de ninguna.

lo cierto es que Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de literatura 2010, debe estar pasando el momento más angustioso de su vida. Cómo lograr dormir cuando sabe que la humanidad espera su palabra. Esta es su oportunidad para inspirar el cambio, cualquiera que sea. ¿Se le escapará entre las manos? ¿Estará a la altura de las circunstancias? ¿Su discurso será recordado o será olvidado como los de Faulkner y Hemingway? ¿Querrá Vargas Llosa lograr lo que otros no lograron? Desde luego que sí.

En la oscuridad de la noche nuevayorquina mientras todos duermen, Mario Vargas Llosa mira por los ventanales a los rascacielos, consciente que se aproxima su finest moment y que para salir victorioso deberá concentrar sus cinco sentidos y producir un excelente discurso. Tal vez piense: “Todo sería más fácil si me hubieran dado el premio hace veinte años y no cuando estoy a meses de cumplir setenta y cinco.” De joven todo es más fácil. 

Hace muchos años, el joven Vargas Llosa era un desconocido que viajaba por primera vez a Europa, con unas cuantas prendas en la maleta, prestada o regalada tal vez (porque Vargas Llosa sí mordió el duro pan de la pobreza), lleno de ilusiones y con el ferviente deseo de conocer a su héroe de entonces, Jean Paul Sartre.

Jean Paul Sartre, ganador del Premio Nobel 1964, se rehusó a recibir el premio arguyendo que este tenía color político y que aceptarlo significaría la limitación de su libertad que tan ardorosamente había defendido toda su vida.

Tal vez esa no fue la única o verdadera razón. Quizá Sartre temía pararse ante la Academia Sueca y pronunciar un discurso que no estaría a la altura del genio que muchos le atribuían. 

Cuarenta y seis años después de aquel desaire (tres generaciones según Ortega y Gasset) el joven -cariñosamente apodado “el valiente sartrecillo” por sus compañeros de la Universidad de San Marcos en alusión a su admiración por Sartre - se parará y pronunciará un discurso, el cual no dudamos constituirá la pieza más original e importante de toda su producción como escritor y ser humano. 

Esa noche Mario Vargas Llosa estará flanqueado por las Musas y su discurso será magistral, pues le brotará del corazón. Nosotros, los más de trescientos millones de habitantes que hablamos el idioma de don Miguel de Cervantes, desde ya le deseamos éxito. Y nuestro sentimiento también es auténtico, porque igualmente nos brota del corazón. 





JULIO RAMÓN RIBEYRO: ¿POR QUÉ ESCRIBO?


Busto de Julio Ramón Ribeyro en Av. Pardo, Miraflores.


JULIO RAMÓN RIBEYRO (1929 - 1994) novelista, cuentista, ensayista y dramaturgo fue autor de La palabra del mudo (colección de sus cuentos) y Prosas apátridas entre muchas obras, es con justicia considerado el más importante cuentista peruano y uno de los más destacados escritores de la literatura narradores de hispanoamérica con justicia considerado el más importante cuentista peruano y uno de los más destacados escritores de la literatura hispanoamérica.

Para los que no conocen las motivaciones que indujeron al gran Julio Ramón Ribeyro a tomar la pluma, reproducimos las razones con las palabras del autor.


¿POR QUÉ ESCRIBO?
por Julio Ramón Ribeyro


-- Para deshacerme de ciertas obsesiones y de sentimientos opresivos.

-- Para tratar de dar forma y comprender mejor ideas e intuiciones que me pasan por la cabeza.

-- Para contar algo que merece ser contado.

-- Para crear, sin otro recurso que las palabras, algo que sea bello y duradero.

-- Por una necesidad humana de ser reconocido, apreciado, admirado y – tal vez— amado.

-- Porque me divierte.

-- Porque es lo único que sé hacer más o menos bien.

-- Porque me libera de un cierto sentimiento de culpa inexplicable.

-- Porque me he acostumbrado a hacerlo y porque es para mí, más que una rutina, un vicio.

-- Para que mi experiencia de la vida, así sea pequeña, no sea perdida.

-- Porque el hecho de estar solo frente a mi máquina de escribir y al papel en blanco, me da la ilusión de ser absolutamente libre y poderoso.

-- Para continuar de existir después de muerto, ya sea sobre la forma de un libro, como de una voz que alguien se dé el trabajo de escuchar

-- En cada lector futuro, el escritor renace. 











22 de noviembre de 2010

CUENTO: EL CALÍGRAFO

                                                       
                                                        
Por intermedio de un vendedor de curiosidades cayó en mis manos una copia de la partida de nacimiento de Danilo Pérez, el cual, según el documento, nació en un caserío de una lejana y montañosa provincia de Araguay. 

La curiosidad -mi mayor vicio- me impulsó a buscar información de la vida de este hombre. Armado de pinzas y mucha paciencia durante años he recogido, aquí y allá, datos que conforman la historia de un hombre, baladí a simple apariencia.
Danilo Pérez vino a la capital a muy temprana edad, cuando su madre aún lo cargaba en brazos. La familia fugaba de los sangrientos conflictos que libraban los terratenientes de la zona debido a su insaciable apetito por ampliar la extensión de sus tierras y el número de su ganado. Durante la huida, mientras los Pérez atravesaban un puente colgante que les garantizaba la anhelada libertad, el padre de Danilo fue alcanzado por una bala que lo mató al instante.

Instalado en la capital, Danilo realizó sus estudios en un colegio fiscal en el cual, con excepción del curso de caligrafía, no destacó en ninguna otra asignatura. Ciencias y letras siempre le torturaron y ni qué decir de deportes. Debido a su reducida talla, débil contextura y finas manos, los deportes rudos siempre aterrorizaron al hombrecito; razón por la cual los sucesivos directores del colegio en comprensivo gesto lo eximían de practicarlos, asentando en los registros la nota mínima aprobatoria para el manso Danilo

Durante sus horas libres, Danilo -correctamente sentado- sea en el pupitre escolar o en la mesa del comedor de su hogar, se dedicaba absorto a la práctica de la caligrafía. Una y otra vez trazaba las letras del abecedario, a veces en mayúsculas y otras en minúsculas, pasando de un estilo a otro, llenando innumerables cuadernos de ejercicios de caligrafía. Esta actividad lo hizo retraído, breve de palabra e indiferente al cultivo de amistades. 

Para Danilo no había límite cuando se trataba de caligrafía. Tanto el día como la noche eran propicios para escribir con bella letra. Bastará un ejemplo. Se afirma que copió la biblia en su integridad, tanto el antiguo como el nuevo testamento. En tareas de caligrafía, Danilo no conocía el agotamiento.

Pronto la fama de su capacidad para escribir de manera elegante se extendió por toda la capital y empezó a recibir encargos de ministerios, municipalidades, universidades y colegios, para extender certificados, diplomas y documentos de gran importancia, tales como tratados internacionales. 

Desde luego, no hubo banquete que se realizara en palacio de gobierno o en alguna embajada acreditada en Araguay que frente a cada asiento le faltara una tarjeta de finísimo cartulina con el nombre y apellido de la persona a la que le correspondía sentarse; todas realizadas con la inimitable caligrafía de Danilo Pérez. 
Concluido el banquete, los mozos no encontraban una tarjeta que hubiera sido olvidada. Con sumo cuidado, los invitados –tan pronto tomaban asiento- retiraban su tarjeta y la guardaban en el bolsillo de su saco para después en su casa u oficina exhibirlas dentro de un marco de plata en un lugar de preferencia. 

En verdad, pocos son los hombres que no se rinden ante la satisfacción de ver su nombre –por ridículo que sea- caligrafiado con insuperable maestría. Los prohombres, invitados a numerosos banquetes, en poco tiempo alcanzaban una amplia colección, las cuales gozaban en vida y con orgullo legaban a sus herederos preferidos. 

Y cuando Danilo Pérez no tenía algún encargo que realizar, con especial deleite escribía una y otra vez su nombre y apellido en distintos estilos, llegando a diseñar nuevas caligrafías que eran motivo de admiración de legos y conocedores, a nivel nacional e internacional. 
Era tan grande el orgullo que Danilo sentía por su oficio que cuando cumplía un encargo él mismo se encargaba de llevar los documentos caligrafiados a la institución o persona que se lo había encargado. Su temor era que algún mensajero negligente arrugara o perdiera lo que él y sus clientes consideraban una obra de arte.

En una de estas idas y venidas Danilo tuvo que ir a la municipalidad provincial donde -debido a un plantón que realizaba un grupo de empleados ediles frente a la entrada del palacio municipal- fue recibido por una puerta lateral por el mismo alcalde. Camino al despacho del burgomaestre la pequeña comitiva pasó por las oficinas de los registros civiles donde de súbito Danilo paró en seco. 

Una joven mujer, con una criatura en brazos, lloraba con gran pena. Danilo preguntó la razón de aquellas amargas lágrimas y el alcalde le informó que se trataba de una madre soltera que estaba inscribiendo el nacimiento de su hijo, debido a que el padre se rehusaba hacerlo. Al instante Danilo dijo: 

--¡Qué injusto! Toda criatura debe tener un padre que lo firme
.

--¿Y por qué no lo firma usted?

--Es que yo no soy su padre.

--Eso mismo dicen muchos padres biológicos. El único que sale perjudicado es el niño que toda su vida llevará el estigma que no fue firmado en su partida de nacimiento.
--Entonces, yo lo firmaré—respondió Danilo a voz en cuello, como nunca antes lo había hecho en su vida, y sacando un fino lapicero se acercó al mostrador y exigió firmar al niño como su hijo. La madre, sorprendida inicialmente, movió la cabeza en señal de asentimiento y Danilo estampó su nombre y apellido con una bellísima caligrafía. Los presentes aplaudieron con enorme alegría y dieron vivas hasta que Danilo y el alcalde desparecieron de aquel ambiente.

Y lo que debió ser un caso fortuito, se volvió costumbre. Todos los días hábiles del mes Danilo asignaba las mañanas para visitar las municipalidades distritales donde lo esperaba un cerro de partidas de nacimiento de niños cuyos padres rehusaban reconocer y que él con su hermosa caligrafía al llenar el espacio correspondiente legalmente se convertía en padre de niños que no conocía. 
Danilo jamás aceptó dinero de los familiares del recién nacido y eso que hubo casos que las sumas ofrecidas eran considerables, pues los niveles económicos variaban. Iban de la pobreza extrema hasta las familias más adineradas de Araguay. Danilo, sin embargo, obsequiaba a cada criatura que reconocía como hija o hijo suyo una tarjeta de fina cartulina con su nombre y apellidos bellamente caligrafiados.

Para cuando Danilo Pérez cumplió cien años algunos clientes le ofrecieron una cena. En un comienzo Danilo se rehusó. Nunca le habían gustado los ágapes, las multitudes y tener que ponerse smoking como era la costumbre en el aristocrático Club República. Pero como le aseguraron que era una mesa de pocas personas, aceptó. 

Aquella noche Danilo Pérez llegó al club en una hermosa limosina, en compañía de un amigo. Para su sorpresa no fueron a un salón reservado sino que fueron acompañados por el botones hasta el Gran salón. 

De pronto las enormes puertas doradas se abrieron de par en par, Danilo ingresó y una multitud, tanto de hombres como de mujeres, elegantemente vestidos, se pusieron de pie y empezaron a aplaudir. Danilo no tardó en advertir que los aplausos eran para él. Sin embargo, no conocía a nadie. Al unísono la concurrencia se lanzó a cantar el Feliz cumpleaños. Y en la parte que se menciona el nombre, todos pronunciaron la palabra “papá”. Recién entonces el calígrafo cayó en la cuenta que aquellos comensales eran sus “hijos”, los hombres y mujeres que durante casi ocho décadas había reconocido como hijos suyos. Luego que todos tomaron asiento en la enorme mesa, frente a la tarjeta que llevaba su respectivo nombre, uno a uno se puso de pie, tomó el micrófono miró a Danilo, lo llamó Papá y le dijo la posición que había alcanzado en la vida: madres de familia, diplomáticos, jueces, abogados, médicos, empresarios, militares, e incluso había un candidato presidencial, con muchas posibilidades de salir elegido en las inminentes elecciones generales. 

De pronto alguién gritó:

--¡Vivan los Pérez! ¡Viva nuestro padre!

Y todos, al unísono, respondieron:

-- ¡Viva!



                         
                                                        
                                                       

19 de noviembre de 2010

CUENTO: LA GALERÍA DE ARTE





   


Llevan ya casi dos horas sentados, el uno frente al otro, en la cafetería de la galería de arte, sin pronunciar una sola palabra. Alguna vez fueron amantes, pero la relación amorosa concluyó hace diez años cuando ella aceptó la realidad que él nunca se casaría con ella. Ahora sólo están unidos por el vínculo comercial.


A es dueña de la galería de arte moderno más prestigiosa de la capital. Y es su artista más importante, su engreído de largos años, el que durante décadas ha marcado los precios de venta más altos en el país.


De cuando en cuando cruzan miradas, pero rápido dirigen la atención hacia lugares opuestos. La situación es tensa. Hoy es un día importante, decisivo. En breves minutos se determinará si Y continua como artista exclusivo y principal de la galería o si se va. 


Si Y se va, A pierde poco, pues a diario recibe llamadas de jóvenes artistas que desean trabajar en exclusividad para ella y ofrecen reconocerle comisiones superiores a las que tiene contratadas con Y. 


Desde hace tiempo, A contempla la posibilidad de modificar su lista de artistas preferidos. La clientela ya no muestra interés por los cuadros de Y. Es que Y, desde hace diez años, no se renueva. Preséntanos novedades y te compramos, responden los clientes a los ofrecimientos de la marchand.


Los gastos de la galería suben en espiral y A urge de un artista que le produzca ganancias. En secreto A ha identificado a un candidato, el cual, con la debida promoción, rápido superará los niveles de venta que alguna vez tuvo Y. Pero, a cambio, el nuevo exigirá que Y se retire de la galería. Además, Y debe cerca de cien mil dólares a la galería por pagos a cuenta de futuras ventas. Con ese dinero ha estado viviendo los últimos meses, pero no hay señas de cuándo podrá pagar la deuda. 
Con las manos sudorosas, el artista mira el pesado reloj que cuelga en la pared y comprueba que faltan pocos minutos para las ocho de la noche, hora que la galería cierra las puertas al público, hora en que se decidirá su suerte. Pero, ¿por qué tarda Z? ¿Qué le habrá detenido? ¡Cómo odio A! Con las ventas de mis cuadros levantó la galería, compró un departamento en el barrio más residencial de la capital y ahora que paso por una breve mala racha me quiere desembarcar.


Con la vista fija en la ventana, A piensa en lo harta que está de Y, de sus poses de gran artista creador, de su incapacidad de captar clientes. Gracias a que durante años le he vendido sus cuadros ahora tiene un Porsche Carrera GT, una casa de playa y la casa-taller más importante de todos los artistas sudamericanos. Si no fuera un manirroto tendría una fortuna en el banco y podría retirarse con dignidad. Cuando entenderán los artistas que el éxito no es eterno, que detrás viene la jauría de los jóvenes.
De pronto, cuando el reloj empieza a dar las ocho campanadas, entra Z a la cafetería con un cheque de gerencia en la mano, girado a la orden de galería por cerca de cien mil dólares. Y lo toma y se lo entrega a la marchand. Ésta lo revisa, se pone de pie y mirando a Y le dice: 


--Conforme, tienes un año más para que las ventas aumenten.

--En seis meses tendrás más dinero de lo que puedes guardar en tu caja fuerte. 

--Así espero, responde A con parquedad y se retira de la cafetería.

--¿Supongo que el comprador quedó dichoso con el auto? pregunta Y a Z. 

--A una cuarta parte de su precio, yo diría que dichoso es poco, responde Z. 

--Para antes de fin de año tendré un carro mejor. 



--¿Y si no generas más ventas? Es tu final. En pocos meses tus acreedores habrán tomado tus demás bienes y te habrás quedado en la calle.


Y sonríe, toma a su amigo del brazo y mientras van caminando por la calle con dirección a la casa-taller, el pintor dice: 


--No seas negativo, siento que la inspiración me regresará en cualquier momento.


Atrás, en la galería, A cierra la puerta de su oficina y con otra llave abre la puerta que da a un ambiente privado, al que sólo ella tiene acceso. En el centro de la habitación hay una enorme jaula, de gruesos barrotes, de techo a piso. Adentro está la Musa de Y. 

La vendedora de cuadros mira a la Musa y le dice: 

--Habrá que esperar un año más. Entonces te diré el nombre de tu nuevo protegido.