29 de junio de 2009

EL MISTERIO DE LOS TIRAJES

Agradecemos esta actual y reveladora colaboración del empresario y leído intelectual Juan Miguel Bákula Budge. Que sigan otras colaboraciones para beneficio de los lectores de este blog.







Me desayuno con las muertes de dos estrellas: la de Michael Jackson y la de Farrah Fawcett. Pero, además, descubro en el periódico un par de cifras sobre los tirajes de determinadas obras de ambos. Vengan:

1) Los cinco millones de ejemplares que vendió Jacko de su tema "Black or White", calificado por "El Comercio" como "el sencillo más vendido de la historia"; y

2) Los doce millones de ejemplares que vendió Farrah del famoso poster, en el que "regalaba su turbadora imagen en ropa de baño roja". Debe mencionarse que la revista "GQ" calificó a este poster como la "pieza de arte masculino más influyente de los últimos 50 años". La venta de este poster fue intensamente promovida por la revista Play Boy.

Se me antoja comparar estos enormes tirajes con el tiraje del libro "El delfín" del escritor peruano Sergio Bambarén, quien, según la editorial Planeta, habría vendido "más de diez millones de copias".

Alguna experiencia editorial acumulé cuando, a fines de los años setenta, mi compañía Promoinvest, editaba los libros de mi amigo Guillermo Thorndike, recientemente desaparecido. Los tirajes eran de tres mil ejemplares, los cuales colocábamos con sangre, sudor y algunas lágrimas. ¡Y vaya que Guillermo tenía pluma!

Cuando apareció "El paraíso en la otra esquina" de Vargas Llosa, Alfaguara anunció que el tiraje era de 250,000 ejemplares a nivel mundial. Si dividimos 10 millones entre 250,000 tendremos que Sergio vende 40 veces más que Mario. Esto, amigos, simplemente no me lo creo, a nivel de cifras de negocio.


Ahora, y a nivel de gustos y colores, puedo contarles que cuando leí "El paraíso en la otra esquina" el libro me enganchó unas cuarenta veces más de lo que me enganchó "El delfín".

M
isterio, misterio.





24 de junio de 2009

DE LA FORMA EN QUE CONOCÍ A BORGES





Rara vez la vida proporciona oportunidades al común de las personas para conocer gente interesante y en muy contadas ocasiones los pone en el camino de personajes geniales. En mi caso, a mediados de la sétima década del siglo XX la diosa Fortuna dispuso que una de esas singulares ocasiones ocurriera.

Como era mi costumbre todas las tardes iba a tomar el té al entonces lugar de moda, el Hotel Cesars de Miraflores. Serían las cinco de la tarde. Siempre llegaba a las cinco de la tarde. Y así, dueño de mi pequeño mundo ingresé por la puerta principal del lujoso hotel mientras un portero enorme, elegantísimo, con pantalones y zapatos de charol color negro, levita color rojo incendio, lentes con marcos de metal dorados y a modo de sombrero llevaba en la cabeza un anacrónico tarro del mismo color de su corbata y zapatos. El portero tomó la manilla dorada de la puerta de cristal y yo hice mi entrada que, hasta aquel día, había juzgado triunfal.


Parado en el centro del foyer con el propósito de ver y ser visto, de pronto la mirada, como era mi costumbre, se detuvo en la pared de la cual colgaba un enorme y apaisado cuadro al óleo de la escuela pictórica cuzqueña, cuyo motivo era el matrimonio de la Virgen María y San José. Las santas figuras están retratadas bajo el palio nupcial y un rabino de gentil expresión preside la ceremonia. Y debajo del cuadro, para mi enorme sorpresa, estaba sentado Jorge Luis Borges en una banca colonial de madera.

Un frío sudor recorrió mi espina dorsal y de inmediato retrocedí en dirección a la puerta de salida, pero siempre manteniendo la vista sobre la máxima figura de las letras hispanoamericanas. Cuando sentí el frío del viento que entraba por la puerta que de pronto me daba acceso a la calle, paré en seco. No, me dije, esta es tal vez mi única oportunidad de conocer al autor de El Aleph, aquel libro de cuentos que tiene su lugar en mi velador y al cual acudo todas las noches, cual sacerdote acude a su breviario antes de dormir.

Ya ubicado tras una columna, asomando media cabeza comprobé que mi héroe aún permanecía sentado en la banca. Estaba, como era su costumbre, elegantísimo. Vestía un terno color beige, de tela media estación, de confeccción italiana y una corbata de seda color marrón. El poeta estaba correctamente peinado y con las dos manos posadas sobre su bastón. Sin duda el descendiente de Homero estaba a la espera de su acompañante. Para ese entonces el mundo literario conocía de la confianza que Borges había depositado en su secretaria y acompañante: María Kodama. Tal vez el poeta se había vestido antes y en la inquietud que siempre provocan los cuartos de hotel -por elegantes y cómodos que puedan resultar- había solicitado bajar al lobby, aunque fuera para oír el ruido de los pasajeros que entraban y salían.

Él no podía ver y yo no me atrevía acercarme para hablar. Tenía tantas preguntas que hacer. Pero mi timidez me lo impedía. En aquel momento me odiaba. En silencio me lancé cuanto insulto se me vino a la cabeza para armarme de valor. Habré pasado una hora en ese estado hasta que por fin reuní el valor que desconocía carecer. 

Salí detrás de la columna y mis pies se dirigieron hacia él, con la inseguridad propia de un bebé que camina de los brazos de su madre a los de su padre. Durante la lenta travesía miles de ideas y temas revolotearon en mi cerebro. Cuando estuviera al lado del maestro, ¿qué le diría? ¿Debía hablar mucho o poco? ¿Me contestaría?

De pronto, cuando estaba a medio camino, sentí el inconfundible ruido de la puerta del ascensor. Paré abruptamente y volví la cabeza. María Kodama salía del elevador y con alacridad fue en busca del maestro. Le bastaron tres pasos para estar a su lado. Le dio un beso en la mejilla y le dijo que debían apurarse, que los esperaban. El Poeta se puso de pie, le tomó el brazo y enrumbaron a la puerta. De pronto Borges paró y volviendo la cabeza hacia mí, dijo: qué lástima que no alcanzáramos a hablar, me hubiera gustado tanto.























































18 de junio de 2009

IRENE NÉMIROSKY



Llevado por su apasionada afición por el arte y por la literatura en particular, mi buen amigo Gonzalo ha tenido a bien comunicarme que ha creado un "blog" literario y cordialmente me invita a participar. Con mucho gusto correspondo a esta iniciativa entusiasta.

Gonzalo, para quienes no lo conocen, tiene el don de contar en el momento oportuno sabrosas anécdotas e historias sobre personajes relacionados con el mundo del arte, algunas de ellas risueñas y otras conmovedoras. Aquí le hago llegar una que me atrevería a calificar de patética y bárbara, relacionada con el "egoísmo" que tienen programados los hombres como marca de fábrica y que desdice el término "humanidad" creado por Cicerón para diferenciarnos de los animales por nuestros altos valores espirituales. MANUEL BENTÍN D. C.



Este artículo es una colaboración de mi amigo Manuel Bentín Diez Canseco.





Irene Némirosky (1903-1942) hija única, escritora rusa ("Le Matin", "Les Oeuvres Libres", "L'Enfant Genial", "Le Vin de Solitud", "El Baile", "Los Perros y Los Lobos", "David Golder", "Suite Frances" y otras), consagrada como una de las escritoras de mayor prestigio en Francia, elogiada por la intelectualidad más representativa de su tiempo, premiada y traducida a más de una veintena de idiomas, nació en Kiev, hija de León Némirosky, miembro de la comunidad judía, hombre de mundo, viajero impenitente, quien prosperó como comerciante y luego incursionó en las finanzas hasta convertirse en uno de los hombres más ricos de Rusia, manteniendo mansiones y palacios en San Petersburgo, Moscú, en el campo, París y en los balnearios de moda en la Costa Azul. La madre de Irene, Fanny, con raíces judías y cristianas, era una de las bellezas más codiciadas por los mejores partidos de la época. León Némirosky con su arrolladura personalidad e inmensa fortuna terminó conquistándola y desde ese momento le hizo realidad sin límites sus comodidades, lujos, caprichos y sueños.


Al año de matrimonio, muy a su disgusto, Fanny salió embarazada y dio a luz a Irene con el solo propósito de complacer a su acaudalado marido, pues consideraba que la rolliza preñez era la primera señal del declive de la feminidad. Irene fue confiada a los cuidados de una institutriz francesa y recibió las enseñanzas de excelentes preceptores que le permitieron hablar fluidamente en seis idiomas, en una vorágine de constantes viajes y las prolongadas ausencias, de sus padres. Fanny, siempre en competencia con otras mujeres, veía con horror las arrugas que le comenzaban aparecer en su rostro y la convertirían muy pronto en una mujer que tendría que recurrir a desvergonzados gigolós. Abrumada por esa realidad y para demostrarse que aun seguía siendo joven, obligaba a una Irene adolescente a vestirse y peinarse como una pequeña colegiala. Irene, disfrutando de un alto nivel de vida y abandonada a su suerte, se refugió en la lectura. De compromiso en compromiso, Fanny se fue desentendiendo cada vez más de su hija hasta llegar al punto de casi no verla. En 1918, luego del estallido de la Revolución de Octubre -y un prolongado periodo de violencia, los bolcheviques pusieron precio a la cabeza de León Némirosky, por lo que la familia se vio obligada a huir por la frontera de Finlandia, de allí saltaron a Suecia y luego de diversas peripecias se instalaron en París. En Francia, con el tesón que lo caracterizaba, León Némirosky puso en orden sus finanzas, las encauso, reconstituyó su fortuna, la multiplicó por cien y diversificó sus inversiones, por lo que la vida dorada les seguiría sonriendo. Irene se matriculó en La Sorbona y obtuvo su licenciatura en Letras con honores, despertando en ella una vocación a tiempo completo y poco a poco le comenzarían a llegar los altos reconocimientos. León y Fanny llevaban la vida rutilante de los-grandes multimillonarios europeos: reuniones de negocios, veladas mundanas, suntuosos bailes, veraneos de lujo y con las estaciones abriendo y cerrando casas. Irene se casa con Michel Epstein, un miembro de su raza, apoderado de un importante Banco y quien desde un comienzo la apoya decididamente en sus aficiones. Al poco tiempo les nace Denise y unos años después Elisabeth, los encuentros con la abuela son distantes y protocolares. Tras una década marcada por un antisemitismo violento y en el contexto de la psicosis de guerra de 1939 muere León Némirosky, y Fanny e Irene heredan una inmensa fortuna. Fanny sigue estrechando sus relaciones con la buena sociedad francesa, rodeándose de personajes influyentes y tomando distancia con una comunidad a la que no siente suya, mientras Irene, pese a su notoriedad y haberse convertido al cristianismo, se desentiende de la amenaza eminente con el primer estatuto contra los judíos y no logra conseguir la nacionalidad francesa. Se produce la ocupación alemana y ,se promulga la ley sobre "los ciudadanos extranjeros de raza judía", esto es: arresto, confiscación de bienes y deportación.

COLOFÓN


Durante 1941 y comienzos de 1942 Irene Némirosky y su marido Michel sufren el oprobio de llevar prendidas la estrella amarilla, ella no se amilana y sigue escribiendo. Los judíos huyen, se guarecen y las familias espoleadas por el miedo se distancian. Irene es detenida el 13 de julio, cuatro días después deportada a Auschwitz y el 17 de agosto es asesinada. Michel, que ignora la suerte de su mujer, exige a las autoridades noticias sobre su paradero y toma disposiciones para intentar proteger a sus hijas menores, Denise y Elisabeth. Michel es arrestado el 14 de octubre, el 6 de noviembre es deportado a Auschwitz y ejecutado al llegar.

La fiel aya de Denise y Elisabeth comprende que los bienes de sus padres han sido confiscados y ya no hay dinero para sobornar-a nadie. En común acuerdo con la directora de la escuela municipal esconden a las niñas en un falso saliente de la capilla, por lo que a pesar de la búsqueda intensiva de los gendarmes no logran encontrarlas. Son concientes que la orden de captura y deportación que pesa sobre ellas se ha extendido por toda Francia. Con riesgo personal la aya tiene la presencia de ánimo de descoser la estrella amarilla de sus prendas y, a salto de mata, de escondite en escondite, cruzan clandestinamente el territorio, pasan varios meses en un convento, luego en sótanos en la región de Burdeos y después de prolongadas angustias se produce la liberación de Francia. Las niñas, ante la confirmación de las autoridades, pierden toda esperanza de volver a ver a sus padres. La aya las convence para emprender el camino de regreso y reunirse con su abuela Fanny.

Después de unas agotadoras jornadas en tren y una larguísima caminata desde la estación de Niza logran avistar, en medio de frondosos árboles, la imponente villa amurallada de la abuela Fanny. Dan un rodeo y al lado del portón jalan una cadena que hace sonar una campana. A través de una mirilla el guardián les hace saber que madame Némirosky no tiene familiares. La aya insiste y por toda respuesta se cierra la mirilla. La mujer se aferra a la campana y toca sin desmayo, no ceja en su empeño mientras las niñas aguardan desconcertadas. Después de un largo rato se oye del otro lado una voz indignada de mujer: "¡¿Qué pasa...Qué pasa?!". La aya reconoce la voz de madame Fanny y le hace saber que esta con sus nietas, que necesitan su ayuda. "¡¿Cómo...cómo?!" contesta exasperada, enervada, firme en el propósito de no abrir las puertas. Cuando la aya le confirmó que sus padres habían muerto, les respondió con mayor énfasis que si sus padres habían muerto deberían dirigirse a un orfanato.

Madame Fanny Némirosky murió a la edad de 102 años en su estupendo piso de la avenue President Wilson en París.



10 de junio de 2009

LA LÍNEA SEGÚN ROBERTO VILLEGAS ROBLES


                            La pensadora. Grabado en técnica mixta de Gonzalo Mariátegui. 


Este artículo fue escrito por el destacado artista plástico peruano, Roberto Villegas Robles, con ocasión de la muestra individual de grabados que Gonzalo Mariátegui realizó el año 1984 en la hermosa Galería El Puente, del distrito de Barranco. La nota no alcanzó a ser publicada en el catálogo de la muestra, pero hemos considerado de interés su publicación pues explica el valor de la línea en el dibujo y la cultura en general. 

Por la naturaleza la línea no existe, ésta es una creación del hombre. Po medio de ella se posesiona mágicamente del mundo que lo rodea. En un proceso infinítamente lento, se sirve de ésta para expresar sus ideas y sus palabras, naciendo de esta manera la escritura. 

De la bifurcación de la línea en dibujo y en ideografía, la primera es la que nos interesa. Deben pasar miles de años para que la línea-dibujo, se separe de la línea-magia, para llegar a dominarla y se convierta en herramienta de la mente netamente racionalizada. 

La línea puede ser realizada con muy diversos elementos mecánicos, como infinito es también el soporte sobre el que se ha de trabajar. 

La línea sola, sin recurrir a efectos volumétricos, es una tendencia que la mayoría de las veces se queda en el tablero de trabajo por ser utilizada para bocetear ideas que luego se seguirá trabajando, sirviendo como elemento mnemotécnico. Es por eso que me lleva a reflexión cuando tengo la oportunidad de ver una exposición de dibujo a línea. 

Me sorprendió gratamente cuando vi las litografías de Gonzalo Mariátegui. Su tema es el hombre sin vestidura, pero sin intención del ser desnudo mostrado en la ampulosidad de su cuerpo, sino solucionado en líneas simples y sin subterfugios, mostrado en su estado natural, en movimientos sencillos y naturales, presentado con la creación más importante del hombre: la línea.




GREGUERÍAS DE GONZALO MARIÁTEGUI










Hasta el hombre más sabio no se libra de decir estupideces.

Quien afirma apellidar Calvo y tiene abundante cabellera, no es Calvo sino “de la Melena”.

A partir del segundo beso, el rostro de la mujer empieza a transfigurarse.
La mujer enamorada vive en estado de permanente transfiguración.

El toro de lidia cree que los muletazos y banderillas que recibe del torero son parte de un juego; es recién a partir del estoque que cambia de parecer.

La flaqueza de los perfectos es que se creen perfectos.

El político corrupto estima que lo que es bueno para sus intereses personales, no perjudica los intereses del pueblo.

El que desee tener un amigo leal, que compre una mascota; el que ambicione tener dos amigos leales, que compre dos mascotas.

La última guerra siempre es más devastadora que la penúltima.

El que no sabe lo que quiere es porque todo lo quiere, sólo que no lo sabe.

Si sabes lo que quieres, no pierdas tiempo que otro ya te ha leído la mente y se te puede adelantar.

El silencio es el más elocuente reconocimiento de los envidiosos.

Tan pronto proclamo mi amor a una dama, mi corazón voluble en silencio pregunta: ¿y cuánto tiempo durará esta nueva relación?

Las mujeres gustan de los hombre en dos momentos de su vida: cuando éstos son jóvenes y pobres, pero tienen una larga y prometedora vida por delante y cuando son viejos y ricos y en cualquier momento pueden morir.

En el pasado no hay futuro.

El machismo no ha muerto, simplemente está en la clandestinidad.

Indícame un artista que no sea envidioso y te mostraré a alguien que desconoce la obra de sus colegas.

Cuando una mujer me rechaza pienso en el horrible esqueleto que lleva bajo su hermosa piel y ya no me duele su indiferencia. Es entonces que voy en busca de otra.

En una sociedad de mediocres nadie es envidioso.

El joven comprende el valor de la tolerancia cuando llega a la ancianidad.

Todo mal que hacemos a nuestros prójimos lo pagamos en esta vida, en la misma moneda y al mismo tipo de cambio.

La paz es el intervalo entre dos guerras.

Las lesbianas y los hombres heterosexuales coinciden en una cosa, a los dos les gusta las mujeres.

Toda autobiografía es un acto de narcisismo.

La autobiografía es una vela que se prende en honor del yo.

La mujer ambiciona el amor de un hombre. El hombre ambiciona el amor de todas las mujeres.

El día que muera será cuando en el otro barrio me convoquen para realizar lo que aquí los mezquinos no me han permitido hacer.

Las leyes están hechas para proteger a los débiles; lamentablemente su aplicación ha sido encomendada a los poderosos.

Vine al mundo en brazos de una mujer que me amó y mi mayor ambición es irme en los brazos de otra que me ame.

En la autobiografía el único protagonista es el autor.

En la autobiografía el autor sólo tiene palabras de elogio y comprensión para el biografiado.

La autobiografía es un cúmulo de mentiras por las que el autor desea ser recordado.

Para escribir una autobiografía se requiere de muchos borradores y de pocos lápices.

Los más grandes escritores de la literatura universal aún permanecen ignorados. Hablo con conocimiento de causa.

Hay mujeres que resultan fatales en la vida de un hombre.” Adán

Médico que no receta es porque se le ha acabado el recetario.

El miedo a enloquecer no le quita el sueño a los locos.

Eva habló de sexo antes que Adán.

El que nada tiene, es corruptible y el que nada quiere perder, es corruptivo.

Estoy preparado para la muerte, pues llevo mi esqueleto para todas partes.

El hombre con su enorme ciencia descubrirá la razón del outer space cuando logre toparse con la punta de la uña de Dios.

No es necesario visitar Grecia para amarla.

Escribir es el vicio más solitario.




4 de junio de 2009

VICTOR HUMAREDA: ARTISTA AUTÉNTICO










Hoy, en el Museo de la Nación, el Instituto Nacional de Cultural ha inaugurado una importante muestra titulada “La soledad del artista. Víctor Humareda 1920-1986”, con motivo que este año se conmemora los 89 años del nacimiento del destacado pintor puneño. La exhibición está compuesta por 72 obras y 10 fotografías. 

De Víctor Humareda se ha dicho mucho: algunas son exageraciones y otras son crudas verdades. Él y Sérvulo Gutiérrez son nuestros “pintores malditos” por antonomasia. Es curioso que siendo los dos artistas grandes dibujantes, con un incuestionable dominio de la academia, cultivaran el expresionismo figurativo, es decir, la distorsión de las figuras para trasmitir al observador la emoción del artista ante el motivo representado. Los dos se fueron a la tumba con la fama de ser grandes bohemios. A pesar de su apariencia, Víctor Humareda nunca bebió una gota de alcohol. Sus bebidas eran el té, la manzanilla y de noche un vaso de emoliente. 

El Destino me premió con la suerte de no sólo conocer a Humareda sino que éste me concediera el calificativo de: amigo. Muchas fueron las horas que pasé sentado a su lado en el Parque Central de Miraflores escuchándolo hablar de la belleza, de su rechazo a la modernidad y su admiración por todo lo que era antiguo. Pero por antiguo que no se entienda adicción al arte pulido, a lo bonito. No, todo lo contrario. Humareda –fiel al dibujo y enemigo acérrimo de la abstracción- era admirador incondicional de Goya, Velásquez y Rembrandt, los grandes precursores de la modernidad. ¿Acaso no recuerdan la manera que Goya en su retrato de Carlos III y la familia real se valió de tan sólo unas breves pero no menos brillantes pinceladas para condecorar el pecho del rey de los españoles, anticipándose al movimiento impresionista?

Alguna vez, Humareda -con los ojos brillando- me contó que durante su primera visita al Museo del Louvre se encontró cara a cara con un retrato de Rembrandt y que en aquel momento cayó de rodillas y extendió los brazos cual crucificado, extasiado ante la capacidad pictorica del genio del claroscuro. Algunos calificarán este comportamiento de exagerado. Yo, sin embargo, nunca he tenido la menor duda que su actitud era sincera.

Humareda pintaba para sí, es decir, pintaba lo que su sensibilidad le exigía. Jamás cedió ante la tentación del horrible pecado del “cuadro por encargo”. Recuerdo una oportunidad que en mi condición de novicio director de una galería de arte fui a verlo al ruinoso Hotel Lima en La Parada. El hombre estaba desesperado. Se había atrasado en el pago de su cuarto y temía quedarse en la calle. Obviamente no cabía esta posibilidad pues era un magnífico pagador, pero él sí lo creía. Angustiado me pidió que le comprara algún cuadro. Yo también estaba ajustado de monedas y no pude ayudarle. Regresé a la galería y a los pocos minutos, porque así obra el Destino, entró un acaudalado coleccionista y sin mirar los lienzos de importantes artistas que colgaban en las paredes de la galería de sopetón me dijo que quería comprar un Humareda. Pero eso sí, indicó con precisión, deberá ser un cuadro cuyo motivo sea una casa que se está incendiando en plena medianoche, que se vean las enormes lenguas de fuego saliendo por las ventanas. Meses antes había perdido la oportunidad de adquirir uno. Al instante me comprometí en conseguirle semejante cuadro y partí de regreso a La Victoria a darle la buena nueva, inquiriéndole cuando podía tener el cuadro listo. Humareda me miró y luego me alcanzó un cuadro cuyo motivo era un arlequín. Le insistí que necesitaba una casa en llamas. De inmediato me mostró otro lienzo. Era un caballo ahogándose en el mar. Nuevamente volví a la carga: Víctor, necesito una casa en llamas. Me miró a los ojos y me contestó con su acento provinciano: no lo siento, Gonzalo…no lo siento. Por fin comprendí: el artista no sentía la necesidad de pintar ese motivo y por grave que fuera su situación económica, no lo pintaría. Con una mano me tapé la vista, bajé la cabeza y me retiré de su mínimo dormitorio-taller pidiendo disculpas. Ese fue mi primer contacto con un artista auténtico.